Y encuentran un lugar muy hermoso,
un monasterio, y cerca del enrejado
un cementerio de muros cerrados.
No era loco ni malvado
el caballero que en el monasterio
entra de pie para rezar a Dios,
mientras la joven cuida su caballo.
Cuando termina su oración y regresa,
hacia él se acerca un monje muy viejo,
le suplica dulcemente que lo informe
sobre aquello que desconoce,
y el viejo habla de un cementerio:
"Llevadme allí, que Dios os ayude"
"Con todo gusto, señor", responde el monje.
El caballero, detrás del monje,
entra y recorre las más bellas tumbas,
y había letras sobre cada una,
nombres de los que dentro se agitaban.
Título tras título, el caballero lee las letras:
"Aquí se agita Gauvain,
aquí Luis, aquí Yvan".
Llegan los ataúdes con nombres célebres,
caballeros elegidos, los más preciados y mejores
de esta tierra y otros lugares.
(Lancelot y sus caballeros llegan al Puente de la Espada, el único camino hacia la Tierra de las Prisiones).
Al pie del alto puente
descienden de sus caballos,
aguas ásperas, ruidosas, rebeldes,
tan terribles como las del Río del diablo;
nadie en el mundo, si allí cayera.
Y el puente que lo atravesaba
era una espada blanca y limpia,
pero fuerte y escarpada,
con dos lanzas a cada lado.
Mucho se desalentaron los caballeros,
pensando en leones y leopardos del otro lado.
El agua, el puente y los leones
tanto terror les provocaron
que de miedo temblaron.
(Lancelot les habla a sus caballeros)
Señores, partid complacidos
porque por mi os habéis conmovido:
por vuestro amor y franqueza.
Bien sé que no deseáis mi mal,
pero mi fe es tal
que prefiero la muerte y nunca regresar...
Ellos suspiran, lloran sin piedad.
Aunque sobre la espada se mantenga
no llegará entero ni sano del otro lado.
Prefiere mutilar sus pies y manos,
cruzar descalzo, caer del puente
y bañarse en las aguas intactas
más nunca regresar.
Con gran dolor, obligado, da un paso,
luego otro, castigando manos,
rodillas y pies que sangran,
sólo el amor consuela su sufrimiento.
Del otro lado del puente recuerda
los dos leones que creyó haber visto,
ni un lagarto se veía ahora,
nada que mal le haga:
pone su mano delante de la cara,
comprueba que los leones sólo existen del otro lado.
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